lunes, 12 de septiembre de 2022

MARTA FUE SU NOMBRE

Cuando despertó no tuvo noción del tiempo. Sólo sabía que debería huir. ¿Qué tiempo estuvo sin conocimiento? Ella lo ignoraba, pero sintió un profundo dolor en la cara. Fue en ese momento cuando recordó algo y levantándose con dificultad del suelo caminó hacia el baño, y mirándose en el espejo, lloró amargamente. 
Su rostro reflejaba el dolor, pero no de los golpes que había recibido, sino de aquellos que deja el tiempo cuando duele el alma. En sus años juveniles, ella había participado en varios concursos de belleza en su pueblo natal, aquel paraíso ubicado en las extensas llanuras de Córdoba. Su belleza la había ayudado a viajar por diversos pueblos y ciudades colombianas, e incluso, hizo varios viajes a la selva peruana. 
En uno de ellos conoció a Raúl, hombre mayor que se presentó como asistente de la policía limeña que estaba de vacaciones por esos lugares. Marta estudiaba en la Universidad San Javier y ahora quería conocer Lima, la republicana ciudad que mucho se parecía a Cartagena de Indias que también fue fundada por los españoles. También quería visitar el legendario santuario cusqueño de Machu Picchu, una de las maravillas del mundo antiguo construído por los incas. Vivía ilusionada del Perú y contaba las horas que faltaban para terminar sus estudios universitarios de turismo y encontrarse con aquel galán que había conocido en la cuenca del Huallaga, cuando ella representaba a la belleza colombiana. 
 Cuando llegó al Perú se quedó impactada por la variedad gastronómica, míticas playas y santuarios arqueológicos. Decidió escribir sobre ellos, razón por la cual se quedó más tiempo de lo previsto. Raúl la había llevado a disfrutar de las noches musicales de Barranco, del exquisito vino Tacama y de los fugaces viajes de fines de semana. 
 Con el tiempo decidió radicar en el Perú y hacer una vida de familia con el hombre que había conocido en el Huallaga. Además, Raúl tenía éxitos en los nuevos negocios que tenía precisamente en esa zona y que casi nunca le gustaba hablar, porque como él mismo decía, trabajar en el Servicio de Inteligencia significaba tener discreción en todo y para con todos. 
MARTA EN LIMA 
Su casa en Lima se convirtió en un museo. Había artesanías de casi todo el país, que acompañados de los libros, reflejaban la vocación cultural de Marta. Al principio todo fue color de rosa, pero con el tiempo las cosas se tornaron difíciles. 
Los negocios exigían mayor ausencia de Raúl, quien sólo pasaba dos o tres días al mes con ella. Las exigencias de ella se hicieron notorias y fue el tema principal de sus frecuentes discusiones. En cierta ocasión recibió una bofetada y luego otras tantas. No había familia a quien recurrir. 
 Con el tiempo, Raúl decidió quedarse en Lima por una temporada para atender algunos asuntos. Ella ya no preguntaba qué tipo de negocios eran. Sólo sabía que estaban vinculados con el Servicio de Inteligencia. Algunas noches observaba a su esposo pensativo y hasta agresivo desde que llegaba a casa. 
Esa agresividad se incrementó cuando los periódicos comenzaron a denunciar violaciones de derechos humanos y asesinatos de estudiantes. Ella sospechaba algo, pero no se atrevía a preguntar por miedo a la violencia de su cónyuge. Casi siempre recibía como respuesta cuando insinuaba alguna preocupación: “tú eres extranjera, no sabes lo que pasa en mi país”. En cierta ocasión decidió encontrar respuestas a sus preguntas mientras revisaba las cosas de Raúl. Sólo encontró nombres, teléfonos, direcciones y fotos. También algunas cuentas bancarias. Cuando llegó su esposo preguntó pero no hubo respuestas. Sólo recibió amenazas y varios golpes que la dejaron inconsciente. 
 Ahora frente al espejo recordaba su vida. Le vino a la memoria aquel paraíso colombiano de Córdoba y los concursos de belleza de su juventud. También de las artesanías y los libros que compró y de algunos que nunca escribió. 
El 30 de octubre de 1995, en unos lejanos parajes de Aucallama, en la sierra limeña de Huaral, varios campesinos encontraron el cadáver de una mujer de unos 34 años aproximadamente. Nadie supo su nombre, tampoco nadie lloró. Sólo alguien leyendo las notas policiales en el periódico días después, murmuró para sí mismo: “Marta fue su nombre”. (2007).
Resumen del relato original escrito en el año 2007.

No hay comentarios: