jueves, 15 de febrero de 2024

ARIANA, LA GITANA

La conocí una tarde de invierno, mientras caminaba por las coloniales calles de la “Ciudad Vieja”, cerca a la Plaza Independencia. Absorto me detuve cuando la ví en ese antiguo cafetín de la Av. 18 de Julio, ubicado entre añejos plátanos, paraísos y fresnos. Las hojas secas de las tipas viajaban a la velocidad de los fríos vientos helados de la temporada.

Ella estaba sola y leía un viejo libro que lo había comprado en una feria de libros antiguos que generalmente realizan en la capital uruguaya. El libro tenía por título “Cartas entre un autor y una actriz”, que en realidad era una recopilación de cartas muy íntimas entre el escritor irlandés George Bernard Shaw y la famosa actriz inglesa Beatrice Stella Campbell.

Ella estaba concentrada en la lectura, imaginándose el tipo de relación entre el cuarentón escritor, nacido en Dublín, y la actriz de 32 años aproximadamente. El zigzagueante y caprichoso humo del café sucumbía bajo el frío clima de junio en Montevideo. Había bajado la temperatura, y la neblina y llovizna humedecía levemente mi rostro, mientras miraba a esa mujer del café y el viejo libro.

Reconocí su rostro a pesar de tener gafas. Nos vimos la primera vez frente a la rambla del Río de la Plata el día anterior, cuando nos cruzamos varias miradas sin decirnos nada. Al ver que me acercaba levantó la mirada y cerrando el libro contestó mi saludo.  A pesar de mis dudas y nerviosismo, ese gesto lo tomé como una invitación a su mesa y minutos después ya sabíamos nuestros nombres y las razones porqué estábamos en esa ciudad. Ella huía de sus temores, a pesar del trabajo que tenía que realizar en la ciudad, y yo me enfrentaba a los míos.

Así empezó todo. Desde ese día el cafetín era el punto de encuentro, aunque algunas noches, la habitación de su hotel era más placentera que tomarnos un café o un vino tinto al aire libre. Así pasaron los segundos, minutos, horas, días, semanas y meses. Debo admitir que disfrutaba de su compañía y amistad.

Ariana tenía 39 años y yo 31, pero no me importaba, porque en el amor no hay parámetros ni normas que seguir. Me madre era mayor que mi padre por cinco años y fueron felices con sus ocho hijos.

Era un mujer de estatura mediana, delgada y miraba profunda. Se había casado muy joven con un médico irlandés que pensaba más en sus pacientes que en ella. Fue una gran decepción en su vida. Nunca tuvo hijos, aunque lo buscó desde el primer día de su matrimonio. Nunca salió embarazada. Siete años después se divorció y nunca más se enamoró.

Cada cierto tiempo viajaba a diversas ciudades, especialmente de habla hispana. Era la promotora del “Gran Circo Español”, uno de los mejores del viejo continente. Anualmente visitaba como empresaria más de una docena de países llevando entretenimiento mediante el arte circense.  

Aunque había nacido en la española Sevilla, sus padres y abuelos eran de Cachemira, residencia habitual de algunos gitanos en el norte de India, un país industrializado y pobre al mismo tiempo. Ahora es el más poblado del mundo. Su familia tuvo que huir de esa región, por los continuos conflictos entre India y Pakistán.

Se consideraba más andaluza que gitana y poseía una belleza natural que no tenía parangón alguno entre sus coterráneas. Sus largos cabellos negros eran el complemento ideal para ser considerada una “pretty woman”. Fumaba tres cigarrillos al día y religiosamente se levantaba a las 5 de la mañana.

Su plato favorito era el “gazpacho”, una sopa fría que se prepara con tomate, pimiento verde, aceite de oliva, ajo y pepinillo. También le gustaba el jamón ibérico, el rabo de toro, las tortillitas de camarones y el pescado frito.

Solía recordar siempre el circo de su abuelo, las ocurrencias de los payasos y los temerarios saltos mortales de Omar, el joven trapecista que fue su primer amor de adolescencia. En ese lugar aprendió a bailar danzas tribales y era una eximia bailadora de la danza dumhal por la cultura india y el flamenco por la española. Había aprendido a tocar guitarra y tenía una melodiosa voz. El flamenco, mestizaje de las culturas gitana, árabe, judío y hasta cristiano, aunado al canto, guitarra y baile, la convertía en una bailarina excepcional. Era parte del show principal de su circo.

Me hablaba de su infancia, sus primeras travesuras y amores prohibidos, entre ellos la experiencia con Omar, el joven catalán que había nacido en Barcelona. Era una empedernida lectora, especialmente de la lectura inglesa, galesa, escocesa e irlandesa. Es decir, de las letras británicas. Era seguidora de la escritora feminista Virginia Woolf. Se sentía identificada con obras como “Noche y día”, “Al faro”, “La señora Dalloway”, “Las Olas” y “Orlando”, donde la autora critica el orden de la sociedad de su tiempo. Había nacido en 1882.

Ariana, desde niña ya había leído “Robinson Crusoe” de Daniel Delfoe, “Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift, “Tom Jones” de Henry Fielding, “Emma” de Jane Austen, “Frankenstein” de Mary Shelley e “Ivanhoe” de Walter Scott, entre otros libros. Para un periodista era la compañera perfecta para pasar tiempos agradables, especialmente con una taza de café en el invierno o un vino tinto frío en el verano.

Cierta noche me confió sus secretos más profundos, aquellos que nunca revelaría a nadie, que se irían a la tumba con ella. Estando aún casada se enamoró de una persona cercana a ella y vivió con aquel hombre los momentos más apasionantes como mujer. Dispuesta a deshacerse de su esposo, y creyendo haber descubierto la felicidad, inventó las historias más inverosímiles para que su familia y la sociedad la apoyará.

Vivía su “segunda adolescencia”. Al principio tuvo éxito, después descubrió que su nuevo amor no estaba dispuesto a dejar a su familia por ella. Aunque algunos hombres lo hacen, la mayor parte de los varones que tienen una aventura, no están dispuestos a abandonar a la familia. Es sólo “una cana al aire”.

Aunque lo buscó y lo pretendió, jamás recupero su hogar y menos al hombre que abandonó por los tórridos y equivocados romances de algunas noches.

Cuando terminó de hablar comprendí muchas cosas que las había pasado por alto. Yo era casado, amaba a mi esposa y no estaba dispuesto a dejar a mi familia por ella. Para mí, simplemente era una aventura, nada más.

Mientras Ariana me besaba y se contorneaba alrededor mío con unos gemidos sensuales, pensaba en Gabriela, la mujer que me esperaba en Lima. Después de unos minutos, tomé mi saco y sin decir nada salí del hotel.

Cuando camino por las coloniales calles de la “Ciudad Vieja” y miro en los cafetines a tantas exuberantes y rubias mujeres que me invitan a sus mesas con un afectuoso y disimulado saludo, pienso en la lección aprendida con Ariana, la gitana.

© César Sánchez Martínez

© Tomado de “Relatos marginales”. / Montevideo, 2004.

No hay comentarios: