Mi
familia vivía en el interior "7" y el "Siete Conchas" en el
"10", quien era un agente municipal que solía cobrar coimas a los
comerciantes y hacerse el de la vista gorda, para no ver algunas irregularidades
en la conducción de los negocios, según comentaban mis padres. También estaba
doña Rosita, una anciana que todos los días escuchaba sus radionovelas por
Radio Programas del Perú (Ahora la emisora noticiosa RPP). Mi mamá Sara hacía
lo propio en Radio La Crónica. Así escuché "El derecho de nacer",
"La rebelión de la juventud" y "El antifaz de carne", entre
otras radionovelas que aún recuerdo.
Frecuentemente
pasaba el tranvía por la Av. Sucre y me gustaba mirarlo hasta que se perdía por
el Parque de la "Cruz del Viajero". Cerca de ese parque que en
realidad no era un parque, sino un monumento de madera y un "terral"
(pampón), ahora se levantan modernos edificios. He subido al tranvía y me
llamaba la atención el cobrador. Generalmente eras personas mayores con una
cartera sencillera en la cintura, y una viscera a manera de ala de gorro en la
cabeza.
Al
parecer, el “Siete Conchas” tenía mejores recursos económicos. Era el único
vecino que tenía un amplio televisor en su casa. Aún recuerdo esos aparatos.
Eran cajas de madera, en forma cuadrada, marca Westinghouse y con la perilla
encima de la caja. El Westinghouse era una de las líneas de televisores, en
blanco y negro, más prestigiosas de la época, de origen estadounidense.
De
niño caminaba por el Jr. Vivanco, pero no pasaba por la "casa de las
brujas", que era una casona ubicada en la esquina de Vivanco con Sucre. Mi
hermana mayor me había dicho que en esa casa vieja vivían brujas y
"penaban". No sabía que era “penar”, pero yo tenía miedo.
Todos
los días caminábamos hasta el Centro Escolar de Mujeres (Hoy Institución
Educativa "Hermanos Busse"), donde ella se quedaba y yo seguía para
estudiar "transición" en una escuelita fiscal del Jr. María Parado de
Bellido, que ya no existe. Era el año de 1964. Más que estudiar, me gustaba ir
por Anita, una compañerita de estudios de unos seis años de edad y también por
mi profesora, una mujer esbelta, muy guapa, pero que me había "agarrado de
punto" con las preguntas diarias de las clases. El resultado fue que esa
guapa docente que me gustaba mucho me desaprobó de año por no saber las
lecciones y por tantas ausencias que tenía, no porque no quería ir a
"estudiar" porque ahí estaba Anita y ella misma, sino porque los
problemas de mis padres, que luego se separaron, me impedían concurrir todos
los días a ver a esa dulce niña de mirada tierna y triste, a quien nunca le
hablé.
Cuando
salía de la escuela me cruzaba con el “Siete Conchas”, porque a media cuadra
estaba el mercado municipal, donde el facineroso, que sólo sabía que se llamaba
Héctor, operaba impunemente, pero todos en el callejón y en la calle le decían
o gritaban “¡Siete Conchas!”
Mi
tío César nos llevaba al cine Florida para ver alguna película clásica entre
“jovencitos y apaches” los domingos en la mañana, que era la función Matinal.
No pagábamos entrada porque mi tío trabajaba ahí. En su moto Suzuki llevaba el
rollo de la película a otro cine cercano, sea el Diamante en la cuadra 8 de la
Av. Brasil o el Broadway en la cuadra 35 de la misma avenida. También al Cine
Gardel de la cuadra 2 del Jr. Bolognesi o del Cine Brasil de la cuadra 7 de la
Av. Brasil, o del Cine Ídolo del Jr. Gamarra.
Con
tío César tuvimos el privilegio de ver grandes películas como “La Cenicienta”,
“La Dama y el Vagabundo”, “Robín Hood”, “Los viajes de Simbad el marino” o en
Semana Santa vimos “Ben Hur”, “Los diez mandamientos”, “El manto sagrado”,
entre otras películas. Pero a mí me encantaba las películas del viejo oeste con
apaches como “Lo bueno, lo malo y lo feo”, “Río Bravo”, “Gerónimo”, “Flecha
Rota”, “Fuerte Yuma”, y otras tantas, cuya colección las guardo en mi
biblioteca. Pero también, a pesar de ser un niño, mis hormonas decían otra cosa
cuando veía a Elizabeth Taylor, Ava Garnerd, Natalie Wood, Ingrid Bergman, Lana
Turner, Grace Kelly, Sofía Loren, Brigitte Bardot, Jane Fonda, Claudia
Cardinalle, María Félix, entre otras divas del cine clásico mundial. Así mi tío
se convirtió en el culpable de haber olvidado a la niña Anita y a la exuberante
profesora de mi niñez.
Pero
todo se echaba a perder, cuando el “Siete Conchas” también venía con sus hijos
al cine. La gente comentaba y disimuladamente lo miraban. Eso me distraía y
perdía la secuencia de la películas.
Con
mi padre, algunas veces, paseábamos por el Jr. Vivanco y otras calles, pero en
mis andanzas personales, mi lugar favorito era el parque que está frente al
Museo de Arqueología y la Municipalidad de Pueblo Libre.
A
pocos metros estaban la antigua taberna "Queirolo", la comisaría
frente a la iglesia y el cuartel, donde los "cachaquitos" paseaban
los días domingos, alimentándose en el mercado. Cerca al cuartel había una
panadería donde solía comprar "palitos" de pan que los comía mientras
caminaba para llegar a casa y si tenía un sencillo más, me tomaba una Inca
Kola, la bebida de sabor nacional.
De
Pueblo Libre recuerdo el museo, la municipalidad, el cuartel, el cine, el
platanal, el tranvía, la farmacia, la taberna, las ratas, el colegio, el
mercado, el callejón, la casa de las brujas, el parque, la niña Anita, mi
profesora, pero el “Siete Conchas” se lleva la gloria de todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario